Pareciera un sinsentido este título pero sucede que no pocos de los que somos peruanos estamos más enterados e interesados en lo que pasa en otras partes del mundo, como Ucrania, Palestina, China o EEUU, que en nuestro propio país o en departamentos alejados de la capital como Puno, Cusco o Piura que también son parte del Perú, o en lo que sucede en nuestro propio barrio o distrito.
Por la globalización económica y la cultural, exacerbadas por la propaganda consumista millonaria, gran parte de nuestros jóvenes conocen y hasta cantan muy bien en otro idioma, canciones escritas por gente que vive en tierras muy lejanas a ellos. Y a la vez ignoran o hasta desprecian las expresiones culturales de nuestra serranía y selva de dónde proceden los antepasados de parte de ellos.
Junto a este desprecio por las culturas de gentes, mal tildadas de ignorantes, brutas y salvajes de nuestro propio país, está la idea prejuiciosa de que por ellas somos un país atrasado y subdesarrollado, en comparación a otros más ricos tecnológica y económicamente. Pero tal desprecio y prejuicio no son más que manifestaciones de nuestro racismo iniciado en la época colonial y que todavía perdura en pleno siglo XXI para justificar no solo la explotación de los considerados inferiores sino también incluso eliminarlos.
Ciertamente hay pobreza y subdesarrollo en el Perú, un país privilegiado geográficamente y por eso rico en flora, fauna, minerales y gente trabajadora y creativa, pero su atraso, su falta de cohesión nacional y equidad ciudadana, el imperio del narcotráfico, la corrupción y la delincuencia impunes, etc. son debidos a una serie de problemas internos y externos, pasados y recientes que exigen solución.
También es verdad que pocos intelectuales manifiestan sus preocupaciones y reflexiones sobre los problemas sociales que padecen sobre todo los peruanos más olvidados. Muchos intelectuales nacionales están más interesados en lo que dicen las vacas sagradas del país o el extranjero, en mantenerse en sus argollas, en cuidar sus privilegiados puestos de trabajos y ganar más o temen ser perjudicados en alguna manera si cuestionan el sistema que los alimenta a ellos y sus familias.
Nadie vive para siempre, todos tenemos una existencia limitada y después de nosotros vendrán otros, esperemos, más preparados, valientes, fuertes y, sobre todo, que amen al país donde nacieron y se identifiquen con su población para así poder dar a todos una mejor calidad de vida, y llevar al Perú hacia el desarrollo y la prosperidad que necesita.