En la historia, según la Biblia, se dio el primer fratricidio de Caín (posesión) hacia Abel. Dios dijo a Caín: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”, a lo cual respondió: “No lo sé, ¿soy yo su guarda?”; es decir, somos desde siempre guardianes de nuestros hermanos y no sus verdugos. Por eso, solo lo humano es capaz de vivir para el Otro.
Solo los humanos pueden responder de su prójimo, pues es responsable de muchas cosas que le pasan al Otro. Entonces, el rostro del Otro interpela y pide la no violencia; entonces, somos guardianes de nuestros hermanos. Somos semejantes, somos iguales, somos diferentes en tanto otros.
Por ello, el otro es alguien parecido a mí; de manera que, la cercanía hacia el Otro no es para conocerlo. La relación con mi prójimo no es cognoscitiva, sino una relación de tipo meramente ético; en ese sentido, el Otro me afecta y me importa, me exige que me encargue de él, incluso antes de que yo lo elija.
La relación ética de la otredad es no reconocer a los demás como iguales, son otros y soy otro para los demás. El otro puede estar afuera y también puede estar dentro de mí. Solo es humano el humanismo del otro hombre.
La relación ética acontece al nivel de la sensibilidad, no al nivel de la conciencia: el sujeto ético es un sujeto sensible. La sensibilidad es el camino de la sujeción. La ética es vivida en la sensibilidad de una exposición corpórea ante el Otro: gracias a que el yo es sensible, es digno de entrar en una relación ética.
Así, Feinmann manifiesta que convivimos en un sistema de exclusión: “El capitalismo crea exclusión y no puede sino crearla. Si no la creara no sería el capitalismo de mercado. El mundo de las corporaciones es de las corporaciones y estas devoran todo. Devastan la tierra y abandonan a los hombres, generando hambre y exclusión. Europa no puede asimilar porque el capitalismo del nuevo milenio impide toda asimilación y saquea la periferia”.
En la película Jules y Jim (1962) del director François Truffaut, antes de la primera Guerra Mundial, dos amigos, Jules (austríaco) y Jim (francés) se enamoran de la misma mujer, Catherine, quien ama y se casa con Jules. Después de la guerra, cuando se reúnan de nuevo en Alemania, ella comienza a amar a Jim.
En esta película nos muestra el reconocimiento del otro, es así que los dos amigos se encuentran después de mucho tiempo y cuando se saludan el director detiene su cámara, mostrándonos que esos seres se reconocen.
En fin, se puede manifestar que un animal demuestra, a través de sus saltos, ladridos y aullidos, su alegría al ver a los hombres. Emmanuel Lévinas cuenta que en el campo de concentración nazi había un perro que “vivía en un rincón salvaje en los alrededores del campo.
Pero nosotros le llamábamos Bobby, con un nombre exótico como conviene a un perro querido. Aparecía en el momento de los agrupamientos matinales y nos esperaba a la vuelta, saltando y aullando alegremente. Por él -esto era incontestable- nosotros fuimos hombres”. Fueron reconocidos como tales, solo por el perro, mientras los nazis los hacían sentir ratas y basura.