El sensacionalismo invade la vida cotidiana del ser humano en el mundo. Los medios de comunicación combinan perfectamente, información en tiempo real con la cruda realidad del fenómeno actual.
La dependencia del móvil inteligente, va ventilando la intimidad de los humanos. La emotividad se empoderó del hombre, secundando esa seguridad en sí mismo ante la adversidad. La razón que guía al infinito ya no es suficiente ante la emotividad desorbitante. En instantes avistamos la noticia del antídoto perfecto para la epidemia mundial.
Esa carrera científica a contrarreloj, se evidencia muy distante, casi al final del túnel. Los países desarrollados activan el sensacionalismo, de masificar la vacuna para el mundo. Esa esperanza se pierde cual periódico de ayer, a pesar de ser subsanada en las redes sociales. Existen miles de médicos que van destilando esperanza de vida, con recetas caseras al alcance del bolsillo. Pero, esas recetas no funcionan, ya que se evidencian como peligrosos remedios y prácticas dañinas que atentan contra la vida.
Si en tiempos de aparente normalidad, los médicos ya eran deshumanizados, hoy con mucha más razón, se desentienden de sus pacientes y ya ni los examinan, por el temor a contagiarse y estar trabajando al filo de la muerte. Las plegarias de millones de personas en el mundo, no surte el efecto inmediato. Por el contrario, van reafirmando su nula eficacia y la vacuidad de sus creencias.
Publicado en Diario Correo el 13 de agosto 2020