Como sabemos por los libros de historia de la filosofía hay diversas escuelas o corrientes filosóficas, para todos los gustos, con sus múltiples intereses y posturas. Desde sus inicios, a los filósofos les interesó el origen del universo, el saber y valorar todo tipo de cosas, entenderlas, qué somos, qué nos motiva a actuar, cómo vivir mejor en sociedad, qué es el bien, la justicia y la verdad, entre muchas otras preocupaciones.
Recordemos que hay filosofías que han pensado más ciertos temas que otros. Así, hay algunas que más les ha interesado la existencia y el ser de las cosas, o la realidad en general. A otras les ha preocupado más el origen, la esencia y el sentido de la vida del hombre. Hay filosofías que han reflexionado sobre todo la sociedad, la historia, la economía y/o la cultura. Unas pusieron su énfasis en el conocimiento o la ciencia. Otras más se centraron en el pensamiento o el lenguaje.
En general, hay filosofías más idealistas, espiritualistas o más cercanas a las religiones que otras. Y lo opuesto también: escuelas filosóficas más materialistas, naturalistas o más cercanas a las ciencias que otras. Pero, ¿cuáles valen la pena estudiarlas y/o seguirlas? De hecho, no las filosofías que nos hacen olvidar nuestra realidad natural, social y humana. Ni filosofías que fomenten la ignorancia o contrarias a los hechos. Tampoco las que fomenten el dolor, la injusticia, la explotación entre los seres humanos. O la destrucción de nuestra especie y el mundo en general.
Necesitamos filosofías que nos den puntos de vista realistas, que piensen nuestro contexto inmediato, que reflexionen sobre las cosas que nos sucedieron y pasan, que partan de nuestra propia historia, que tomen en cuenta los descubrimientos científicos sobre la sociedad y la naturaleza.
A partir de esa base, podríamos plantearnos preguntas de este tipo: ¿Por qué somos así? ¿De dónde vienen nuestras buenas y malas costumbres? ¿Por qué la mayoría en nuestro país se declara católica y habla solo castellano? ¿Por qué hemos tenido gobernantes que se vendieron al mejor postor para entregar territorios y recursos patrios a intereses particulares foráneos? ¿Por qué el balón de gas no cuesta la cuarta o tercera parte de lo que se paga? ¿Por qué siendo el Perú un país rico en recursos naturales y minerales como el oro y la plata, hay gente pobre en los lugares donde abundan? ¿Cómo se relaciona la corrupción con las limitaciones de los servicios de salud y educación públicos? ¿Por qué tenemos, desde que se fundó el Virreinato del Perú, una economía extractiva de nuestros recursos naturales y no los transformamos industrialmente?
¿Cómo es posible que la globalización de la información y la comunicación nos aliene de nuestro prójimo?
O también preguntas como éstas: ¿Cómo son influenciados nuestros pensamientos y decisiones por la propaganda mediática y la presión social? ¿Por qué actuamos con un doble discurso, uno distinto del privado? ¿Somos conscientes que nuestras opiniones son solo eso y que no tienen un gran impacto en los demás? ¿Cómo es que la tecnología, producto de la investigación científica, nos trajo una mejor calidad de vida, pero a la vez puede destruirla?
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Los puristas de la filosofía, limitantes del pensamiento crítico, dirán que investigar esa clase de temas fácticos no es labor del filósofo sino del científico social. El filósofo debe ocuparse y limitarse a temas más trascendentes y abstractos como la Realidad, Dios, el Hombre, el Bien, la Verdad, la Justicia, la Belleza, etc. Debe investigar y conocer lo que han pensado sus antecesores sobre estos temas a lo largo de la historia de la filosofía.
Pero, ¿acaso no le compete al filósofo reflexionar sobre la realidad aquí y ahora? ¿No es un ciudadano de su país, con un empleo, familia, sujeto a derechos y deberes? Claro que sí, por ello, los filósofos son llamados a reflexionar, a cuestionar su realidad y al sacarse la venda de sus ojos podrán hacer que otros hagan lo mismo. Vendas que nos impiden ver el engaño, el egoísmo, la maldad, la opresión no solo en el otro sino también en nosotros mismos.