Por: Edgar Gutiérrez Gómez
El artífice de los tiempos líquidos Zygmunt Bauman, emprende su síntesis con la novela de Robert Musil ‘El hombre sin atributos’ en su afán de preparar su libro ‘Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Todo ser humano al carecer de ciertos atributos, desarrolla su propio esfuerzo para poseer y demostrar a los demás permutando constantemente a una situación imprevisible. En los tiempos modernos, estamos irritados por sentirnos descartables, buscando un aliento invisible que nos permita relacionarnos. Las ratas a las cuáles repudiamos, ya sea en los domicilios o en poblaciones enteras invadidas por ellas, buscan acomodarse a las circunstancias, escogiendo algo que las alimente en el basural.
Mientras los seres humanos buscamos auxiliarnos en expertos consultores a cambio de jugosos honorarios para sobrellevar las convenciones sociales del matrimonio, familia, hijos, educación, existencia y demás estereotipos burdos. El amor revolucionario, como una relación con los autos, debería estar sometido a revisiones periódicas para seguir funcionando. Una relación duradera es una trampa, no tiene sentido, debe ser como una inversión, primero debe rendir y luego al declinar sería importante mantener sus puertas abiertas. Las relaciones actuales se acomodan a las citas en internet, anulando a esos bares de solitarios, la tremenda ventaja de una relación electrónica es oprimir la tecla ‘delete’ y, se zanja hasta nuevo aviso.
El mundo líquido es la angustia de vivir juntos o separados, pero la lógica adiciona alternativas inconscientes. Los problemas individuales pueden ser volatilizados, como los enanos se esconden en medio del poderío de las legiones en marcha, así terminan por olvidar su enanismo. Para los existencialistas, la muerte fue siempre su menú diario, con el complemento perfecto de haber nacido. Estas dos esencias se viven una sola vez, no existe alternativas para mejorar en la próxima. Resulta complicado aprender a morir, la esencia de la existencia está en no caer en sus garras para mantenerse fuera de su alcance. Conocemos de la muerte con otras experiencias que no sirven de nada en la vida. El amor líquido esta descrito como una expresión de “hacer el amor”, para Bauman, amar significa abrirle la puerta a ese destino, a lo más sublime de la condición humana, pero sin pensar en el mañana.
El hombre busca soluciones rápidas con la cultura del consumo, necesita productos para su uso inmediato, la satisfacción inmediata, resultados que no requieran esfuerzo, con recetas infalibles, los seguros contra todo riesgo y las garantías de devolución de dinero. La promesa de aprender el arte de amar es falsa, engañosa, pero inspirada del profundo deseo que resulte verdadera; como se tratara de cualquier otra mercancía. El amor es un préstamo hipotecario a cuenta de un futuro incierto e inescrutable nos dice Bauman. No es una excepción a la regla el amor, es símil a productos de garantía después de todo, sea autos, computadoras o teléfonos celulares perfectamente usables y que funcionen relativamente bien, pasaran al final a engrosar la pila de desechos sin ningún escrúpulo, hasta el momento en que las versiones nuevas y mejoradas aparezcan en el mercado y se conviertan en comidilla de todo el mundo. Pero, solo hasta otro aviso.