Un antígeno es una sustancia externa que invade nuestro organismo, ese invasor puede ser un hongo, una bacteria o un virus que activa a un ejército que sale en nuestra defensa,
soldados de esta lucha son las células inmunitarias que se forman en la médula ósea, están patrullando todo nuestro cuerpo y acuden en gran cantidad a la zona afectada, hacen aumentar el flujo sanguíneo, elevan la temperatura, esto es lo que se llama inmunidad innata. Fiebre, decaimiento, dolor de cabeza, dolor muscular, constituyen una primera respuesta que indica que el organismo está peleando en una batalla contra el agresor. Una segunda respuesta es la adaptativa, muy importante para entender cómo nos volvemos inmunes a esta enfermedad.
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El coronavirus entra al cuerpo a través de la nariz, la boca o los ojos, provocando la reacción de nuestras células que producen una sustancia llamada interferón, que es una proteína que avisa a las células vecinas del peligro, activando la alerta para el contraataque en masa, interfieren, de ahí su nombre, interferón.
Los virus no se pueden replicar por sí solos, necesitan infectar células y usar los componentes de la célula huésped para hacer copias de sí mismos, y por eso se esfuerzan en engañar al sistema inmunológico para que no se entere de que están allí, actúan inhibiendo la producción de interferón, y sorteada esa barrera invaden las células, se adhieren con sus proteínas de superficie a la membrana celular, y una vez dentro de ella liberan un fragmento de material genético; es así como engañan a la célula infectada haciéndola creer que es material propio y con ello estimulan la creación de millones de copias de virus, siendo este momento de la guerra en que se produce la infección.
Si nuestras defensas están debilitadas estas moléculas invasoras avanzan victoriosamente, no así si nuestro sistema inmunológico logra formar una cantidad suficiente de anticuerpos que activen una respuesta inmune adecuada que termine destruyendo a estas invasoras. Nuestro organismo tiene una “memoria de elefante”, si logra vencer al virus hará un retrato exacto del enemigo para reconocerlo de inmediato si es que vuelve a atacar, eso es lo que se llama desarrollar inmunidad, por eso es que quienes tuvieron la enfermedad y lograron superarla con éxito ya no contagian ni se vuelven a contagiar.
¿Cómo ocurre la autosanación? Claude Bernard, fisiólogo y amigo de Pasteur dijo: “El microbio no es nada, el terreno lo es todo”, si nuestro sistema inmunitario está fortalecido nada nos va a enfermar. Resulta muy complicado intervenirlo directamente pues no se trata de un órgano sino de un sistema, ayudémoslo con jugo de naranja, kiwi y polen. Si es diabético: una zanahoria y medio pimentón en extracto más unas gotas de limón.
Dentro de nuestro organismo está el laboratorio más poderoso para producir continuamente linfocitos o células T, las más guerreras entre nuestras células defensoras, por lo que hay que nutrirlas con zinc, hierro, cobre, ácido fólico, vitaminas E, D, y C para que puedan derrotar a este virus.