En esta ocasión, el motivo de escribir esta breve nota es en homenaje al jóven médico cirujano Jorque Luis Fernández Astecker, fallecido el pasado diecisiete de agosto de dos mil veinte a consecuencia del covid-19, Sub jefe de Comando Covid Ayacucho.
Una de las luchas e impulsos físico-psíquico que ha tenido el ser humano de manera persistente a lo largo de su recorrido nómada por la tierra es resolver los problemas de salud y enfermedad; y, sobre todo, afrontar la sombra que le persigue agazapada sobre el miedo a la muerte y el sentido de la pérdida del “YO” ¿físico, psíquico o existencial? Fruto de esta aporía humana y tópicos recurrentes, emerge en el ser humano un impulso práxico que lo lleva a la búsqueda y creación de sistemas médicos, filosóficos, místicos, religiosos y prácticas referentes a la curación de la enfermedad que abarcan desde los recursos vegetales hasta el uso de la imaginación y los rituales.
¿Y cuál es la finalidad desde el sentido de lo humano? ¿ayudar a los demás de mi especie a través de la empatía y el comportamiento etológico humano? ¿eliminar el dolor y el sufrimiento del “¿Otro”, desde un “Yo” disuelto en un “Nosotros”? ¿el “buen vivir”? ¿el bien-estar? ¿el sentir felicidad y paz? ¿o la inmortalidad? Mi llegada a Jorge Luis Fernández Astecker, fue a través de su padre Jorge Luis Fernández Rivera, médico oftalmólogo de profesión. Al comunicarle a Jorge padre la visita de mi director de tesis, el cual es médico y antropólogo, y la intención de visitar las comunidades nativas de la Amazonía peruana desde la antropología médica, fue cuando me comunicó que uno de sus hijos acababa de llegar hacía poco tiempo a Ayacucho de hacer su SERUMS[1] por la zona del Rio Ene, Valle Esmeralda y, concretamente, la comunidad nativa Ashaninka de Cutivireni y todos sus anexos, perteneciente a la región selva alta de Junín en la provincia de Satipo, Perú.
En la primera visita, en abril de 2015, nos reunimos los cuatro en un restaurante del centro de Ayacucho, en plena Semana Santa. Conversamos sobre la medicina, la antropología y los pueblos nativos agradablemente al tiempo que nos tomábamos una fresca cerveza cuzqueña de trigo con maíz de cancha. Jorge nos relataba alegremente sus experiencias y vivencias como médico durante su estadía con las comunidades nativas Ashaninkas de Cutivireni. El brillo de su mirada y la expresividad de sus gestos transmitían que había activado en su memoria grandes recuerdos y emociones que en su fluido discurso se regocijaba con placer. Nos relataba que había aprendido muchas cosas para la vida en su convivencia con los nativos. Nos brindó la información acerca de la ubicación geográfica de las comunidades nativas y de la situación general de salud y condiciones de vida. Debido a las limitaciones de tiempo, acordamos volver a reunirnos en agosto de 2015 para visitar la comunidad nativa de Cutivireni los tres juntos, Jorge, mi director de tesis y yo, habiendo preparado toda la logística y los recursos necesarios para el viaje.
Así fue como llego el día de reunirnos nuevamente en agosto de ese mismo año con las fechas programadas para el viaje hacia Cutivireni. Sin embargo, sucedió que Jorge no pudo al final acompañarnos por tener guardia ese día en el nuevo hospital de Ayacucho, lugar donde fuimos por la tarde-noche a despedirnos. Jorge, para ayudarnos en el proceso de presentación ante el jefe Ashaninka de Cutivireni, nos escribió una breve carta dirigida a César, el Jefe de la Comunidad de Cutivireni, en la que le mandaba saludos y nos presentaba solicitando una reunión con nosotros con la intención de poder conocernos y ver posibilidades de trabajo comunitario en el campo de la salud comunitaria. De esta forma nos dispusimos a viajar hacia Cutivireni solos los dos saliendo a las 2:00 am de Ayacucho hacia Pichari. La ruta que hicimos fue la siguiente:
Por tierra: Ayacucho-Pichari-Valle Esmeralda
Por rio: Valle Esmeralda-Cutivireni
La primera parada la hicimos en Pichari, ceja de selva de Cuzco, coincidiendo con el festival de la hoja de la coca. Nos quedamos un día a presenciar el festival, donde pudimos ver el desfile de Pichari integrando a los militares de la zona y a las diferentes comunidades ashaninkas de Pichari. Además del programa de actividades, había muchos puestos de comida típica y artesanías, entre ellos, un puesto ashaninka haciendo presencia con su indumentaria y artesanía como los auténticos dueños de esas tierras. En el puesto ashaninka pudimos conocer a los representantes de la asociación que agrupaba a todas las comunidades ashaninkas de Pichari, donde nos presentamos entablando un diálogo ameno y amistoso sobre la situación de las comunidades nativas. Sabiendo de nuestro destino e intenciones y, en mi caso, que residía en Ayacucho, me invitaron a que pudiera volver a Pichari a visitar las comunidades nativas ashaninkas con la intención de conocerlas en su diario vivir, hecho que sucedió posteriormente en varias visitas.
Al día siguiente, nos levantamos y llegamos hasta el lugar de Pichari donde esperamos una camioneta que nos llevaría hasta Valle Esmeralda. En Valle Esmeralda nos quedamos a dormir un día y al día siguiente teníamos que tomar un bote hasta llegar a la Comunidad Nativa de Cutivireni, a dos horas y media aproximadamente, a la orilla del Río Ene. Debido a que perdimos el primer día el paso del bote para ir río abajo hasta Cutivireni, nos quedamos un día más en Valle Esmeralda. En Valle Esmeralda conocimos a una pareja que eran los dueños de la farmacia que vendía los medicamentos en el pueblo y la mujer trabajaba como enfermera en las comunidades Ashaninkas de la zona al otro lado del río. Al quedarnos dos días en Valle Esmeralda, pudimos visitar las comunidades nativas junto con la enfermera que tenía que trabajar, en el centro de salud de la comunidad y atender a algunas mujeres nativas. La enfermera nos hizo una visita guiada por el centro de salud y la comunidad nativa relatándonos la situación de salud y de las problemáticas de la comunidad. La pareja de la farmacia conocía a Jorgue cuando hacia sus labores de médico durante su SERUMS. En este viaje y todo su proceso fue donde mi director de tesis fue enseñándome en la práctica vivencial lo que sería la antropología médica y el enfoque de la salud y el desarrollo comunitario.
Finalmente, pudimos embarcar al día siguiente en el bote con motor que navegaba río abajo recogiendo y dejando personas a la orilla del Río Ene en dirección hasta Puerto Ocopa y Satipo. Pudimos apreciar las bellezas naturales del entorno geográfico y ecológico al son del sonido del agua y del motor del bote y las aves sobrevolando alrededor, en una sensación placentera al sentir como nuestro sentido vestibular buscaba el equilibrio con la mirada adaptándose a cada instante del movimiento del bote sobre el agua. Sin embargo, nuestra mirada no pudo dejar de sentir una extrañeza al hacernos pensar lo que veíamos.
La interpretación ecológica que hacíamos era una deforestación de la selva, donde apenas se percibían animales y aves, encontrándonos a cada cierta distancia en medio del rio, pequeños embalses de madera, que nos relataban ser usados por las empresas madereras al introducirse selva adentro para traer hasta el embalse los árboles homogéneamente recortados, siendo trasportados río abajo en dirección a las grandes urbes. Históricamente esta situación se remonta a los inicios del siglo XX con la época de la explotación del Caucho y los recursos naturales, vigente hasta la fecha. Casi a las tres horas aproximadamente, llegamos a nuestra parada final, a la orilla de la Comunidad Nativa de Cutivireni. Preguntamos por el jefe de la comunidad llamado César.
César apareció con su vestimenta ashaninka denominada Cushma y sus rasgos faciales pintados con achiote en la nariz y en los pómulos. Con una mirada atenta, nos presentamos entregándole la carta que nos había escrito Jorge dirigida a César. César la leyó y nos atendió ubicándonos en un lugar de la comunidad donde había habitaciones para invitados y un lugar para sentarse. Conversamos amablemente esa tarde junto con un ingeniero medioambiental que trabajaba con proyectos nacionales de desarrollo sostenible en el campo agrícola. César nos nombraba las diferentes pequeñas comunidades Ashaninkas denominadas como anexos de la Comunidad de Cutivireni como sede central y, sobre la que César tenía el liderazgo de todos los anexos como dependientes políticamente de Cutivireni. A su vez, cada anexo tenía su jefe propio y su organización sociocultural étnica. Con el permiso y la aceptación del jefe de Cutivireni, César, se acordó visitar a la mañana siguiente el Anexo de Alto Cobeja, a unas siete horas caminando desde Cutivireni adentrándonos en la selva. Para este trayecto si nos recomendaron un guía-traductor de la zona para llegar hasta el lugar y poder comunicarnos.
Alejandro, una persona no ashaninka que vive en la zona, nos orientó como guía-traductor a la mañana siguiente. Alejandro era el promotor de salud de la comunidad de Cutivireni. En el camino, nos encontrábamos con algunas casas y familias ashaninkas donde parábamos a descansar y tomar agua. En la primera parada, nos acompañaron dos porteadoras ashaninkas para llevar nuestras mochilas. Una observación que hice fue la capacidad física de adaptación al entorno, con los pies descalzos y una sonrisa constante siempre por delante de nosotros; las dos jóvenes ashaninkas jugaban con su mirada sonriente y la mochila sobre su cabeza, sin apenas cansancio y pérdida de vitalidad, cruzando los ríos como pez en el agua, conocedoras expertas de su ambiente.
Esta experiencia me marcó en el sentido de cómo mantener el cuerpo físico en buen estado y vitalidad en una actividad y adaptación constante al medio ambiente. Así fuimos avanzando sin mucho descanso y a paso ligero, con Alejandro guiando nuestros pasos con el rifle colgando sobre su hombro. Llegamos al Anexo de Alto Cobeja casi siete horas después, al borde del último río que cruzamos. Al llegar a la comunidad, sólo había algunas mujeres ashaninkas, hasta que poco a poco, empezaron a llegar los demás integrantes de la comunidad Alto Cobeja, incluido el jefe. Alejandro se comunicaba con el jefe en idioma ashaninka indicando que el motivo de la visita era conocer la situación de salud general de la comunidad.
Nos recibieron con mucha amabilidad ofreciéndonos unos plátanos frescos. Nos ubicaron en una zona de la comunidad en el que había una especie de palos con madera levantada sobre el suelo y un techo de hojas de palmera. Colocamos las mosquiteras y descansamos esa noche de una larga caminata durante el día; mientras, escuchábamos y veíamos a los integrantes de la comunidad como se reían junto al fuego intercambiando palabras entre risas y gestos de juegos. A la mañana siguiente, se convocó a una reunión comunitaria con la dirección y aprobación del jefe de la comunidad de Alto Cobeja. La comunidad expuso sus necesidades de diversa índole y situaciones como malaria, nutrición, odontología, medicamentos. Mediante la evaluación in situ se llegó al acuerdo de plantear un proyecto sobre la prioridad de prevención de malaria administrándole a cada familia una mosquitera y un repelente.
Elaboramos un censo de la comunidad, siendo un total de noventa personas aproximadamente, con quince familias con hijos y dos matrimonios sin hijos. Esta experiencia fue comunicada a la Universidad de Ayacucho Federico Froebel (UDAFF), mi lugar de trabajo como docente-investigador. Mediante el análisis y la valoración del informe de proyecto se planteó la posibilidad de integrarlo al curso de Seminario de Tesis II que impartía en la carrera de psicología. A partir de aquí se adaptó la propuesta inicial para los alumnos de tesis II de psicología planteándose la realización de un proyecto de Salud Comunitaria con relación a la percepción de la malaria.
Por la complejidad del trayecto y la responsabilidad de viajar con un grupo de alumnos mediante la institución y todos los recursos y riesgos que implicaba, se canceló el proyecto, comunicándolo al jefe de la comunidad de Cutivireni a través del ingeniero agrícola. El día seis de setiembre de dos mil quince, a las 10:30 de la noche, me encontré con Jorge y su padre en la Plaza de Armas de Ayacucho, parque Sucre, donde con alegría nos saludamos preguntándome como nos fue. Jorge, después que le relaté el viaje, me describió algunos aspectos que aprendió durante su convivencia con las comunidades ashaninkas de Cutivireni. Al llegar a casa, pude anotar lo recordado en el diario de campo:
“Conversación con Jorge en la plaza de armas de Ayacucho (parque Sucre). Día 6-9-2015 a las 10:30 pm
- Si os separaron aparte es porque no tomasteis el masato que os ofrecieron
- Si se pintan de rojo y se os presenta delante expresan enojo
- Si alargan las vocales al hablar expresan enojo
- Por la noche hacen cantos en el fuego y se dirigen a sus dioses
- Si ves una determinada planta al lado de una casa es que ahí vive una partera que utiliza esa planta
- Las gallinas las matan cuando hay una festividad y cuando nace un niño
- Cuando va a nacer un niño la madre da a luz en el lugar de cultivo para que sepa cuál es su lugar de cultivo y su trabajo. No se equivocan cuando nace una mujer o un varón
- Hay una festividad donde hacen el masato como en una canoa y lo hacen niñas jóvenes que no han tenido la menarquía. Ellas son las que escupen.
- Tienen sus plantas para mordedura de víbora
- Parecen pacíficos y amables, pero no se puede mirar a una mujer de frente a los ojos, se enfurecen.
- Aparentemente los varones no hacen nada y las mujeres cargan con todo. En realidad, el hombre está atento y disponible para la caza”.
Referencia bibliográfica
Mayta-Tristán P; Poterico JA, Galán-Rodas E, Raa-Ortiz D. El requisito obligatorio del servicio social en salud del Perú: discriminatorio e inconstitucional. Rev Peru Med Exp Salud Publica. 2014;31(4):781-7
[1] El servicio rural y urbano marginal en salud (SERUMS) es una actividad que realizan solo los profesionales de la salud al Estado peruano, ya que constituye un requisito obligatorio para optar por la segunda especialidad o para trabajar en un centro de salud público (Mayta-Tristán P; Poterico JA, Galán-Rodas E, Raa-Ortiz D 2014; 31(4) p.781)