Fuente: diario Líbero

Dejemos a un lado el origen de la Navidad como la antiquísima fiesta pagana solar del 25 de diciembre celebrada siglos antes de la aparición del cristianismo y la recurrente discusión de si Jesús de Nazaret existió realmente como una persona de carne y hueso o simplemente fue un personaje mítico inventado al cual se le atribuyó las enseñanzas y las características milagrosas de otros seres (semi)divinos, polémica en la que la mayoría de historiadores apuesta por la primera postura.

La navidad o el nacimiento de Jesucristo a quienes millones de cristianos lo consideran hijo de Dios o incluso Dios mismo encarnado, se ha convertido, además de ser declarado un feriado no laboral, en una fiesta familiar en donde también muchos no creyentes participan con comidas y bebidas especiales y regalos sobre todo para los más jóvenes. Y, por eso, al mismo tiempo, se ha vuelto un gran negocio por su consumismo a nivel mundial.

El nacimiento del niño Jesús, según nos relatan los Evangelios, nos debe hacer recordar a muchas familias con sus hijos nacidos en medio del hambre y la pobreza o, peor, la persecución, la migración forzada, la guerra y la muerte.

Y las enseñanzas del adulto Jesús a sus confesos seguidores, los autollamados cristianos, les exige a no solo amar a sus prójimos sino también a sus enemigos, a no olvidar a los necesitados, los enfermos y los encarcelados, no buscar riquezas materiales sino aquellas que “donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan: Porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón” (Mateo 6:19-21).

Si los cristianos practicaran las enseñanzas de su Maestro este planeta sería un mundo mejor, el paraíso en la tierra. Pero son humanos y como tales y todos los demás estamos sujetos a nuestras bajas pasiones: odio, egoísmo, envidia, codicia, lujuria, gula, etc. más que a nuestra razón y virtud, aferrados ilusoriamente a este mundo material como si no fuera pasajero como nuestras propias vidas y acciones y, claro, porque “la carne es débil”.

Así que todos no deben olvidar a Jesús y sus enseñanzas en las navidades y, ¿por qué no?, el resto del año porque “hay hermanos muchísimo qué hacer”.

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