Cada hombre es un ser metafísico que, en su existencia diaria y a lo largo de su historia, siempre se ha quejado de los dolores que padece.
Su queja es porque no está bien consigo mismo ni con su prójimo; por ejemplo, del diablo que lleva dentro de sí, es decir, las hormonas y las neuronas no conviven armónicamente en cada persona; del mal que ocasionan a los más débiles los que se creen poderosos. Por esa razón, el hombre se queja del mal que se adueñó del mundo, también se interroga ¿quién puso el mal en Hitler?, ¿estará ese mal en cada hombre?; sin embargo, muchos porqués metafísicos no tienen respuestas, ante esto la queja de cada hombre es de todos.
Primero, vamos a ir a la queja existencial del Job bíblico, precisamente ante Dios, él es un hombre justo que es castigado injustamente; por ello, en el capítulo 7: 17-21, dice: “¿Qué es el hombre para que lo engrandezcas, para que pongas sobre él tu corazón, lo visites todas las mañanas y todos los momentos lo pruebes?, ¿hasta cuándo no apartarás de mí tu mirada y no me soltarás siquiera hasta que trague mi saliva?
Si he pecado, ¿qué puedo hacerte a ti, oh guarda de los hombres?, ¿por qué me pones por blanco tuyo, hasta convertirme en una carga para mí mismo?, ¿por qué no quitas mi rebelión y perdonas mi iniquidad? Porque ahora dormiré en el polvo, y si me buscares de mañana, ya no existiré”. En realidad, esta cita es muy pequeña y se debe leer el libro detenidamente. Conversar con el autor anónimo sabiendo que su queja es universal, siempre será actual; es decir, ningún ser consciente puede pasar por este mundo sin haberlo leído.
Luego, la queja de Job es respondida, por la soberbia divina, desde el torbellino. Dios lo interroga faltándole el respeto, tuteándole ¿Dónde estabas tú? Es así, que Job es anonadado por la grandeza de Dios, ya que ninguna de sus quejas es respondida, generándose más angustia en él. La multiplicación de sus bienes no logrará curar todos los males que acaecieron a este justo hombre, puesto que nada podrá reemplazar a sus primeros hijos, absolutamente, siempre le quedará un vacío.
Por otro lado, el hombre, con su subjetividad moderna que anunció la muerte de Dios, ya no estaría callado, pues preguntaría, respetuosamente, con la sabiduría de su ciencia, diciendo: Usted teniendo el poder absoluto, así lo dicen sus abogados en la Tierra, ¿por qué no evitó Auschwitz?, ¿por qué no impidió Hiroshima y Nagasaki?
En fin, la queja de los hombres abunda, actualmente; por ello, los que hemos perdido nuestros padres diríamos ¿Dónde estabas Dios cuando mataron a mi padre? Tal como escribió César Vallejo en su poema Los dados eternos: “Dios mío, estoy llorando el ser que vivo; me pesa haber tomádote tu pan; pero este pobre barro pensativo no es costra fermentada en tu costado: ¡tú no tienes Marías que se van!” Por otro lado, como lo diría Heidegger, está la queja contemporánea de Nietzsche “¡Casi dos milenios y ni un solo nuevo dios!”. De este modo, todo nos afirma que los problemas que padece el hombre deben ser resueltos por él mismo, sin buscar en las esferas celestes.