Los que arribamos al mundo empezamos siendo un ser “nada” y luego poco a poco nos transformamos en el ser “algo” (empresario, profesor, médico, etc.),
tal como dice la fórmula existencialista de Sartre “la existencia precede a la esencia”; es decir, que el hombre puede haber nacido en cualquier parte del mundo, pero debe construir su destino. Del mismo modo, Los Shapis en su tema musical “Somos estudiantes”, manifiestan: “Arquitecto somos de nuestro destino”; por eso, se debe luchar para ser un hombre o llegar a ser un hombre, ya que ser algo es su destino y ahí está su vanguardia.
⇒ VEA TAMBIÉN: Cantando bajo la lluvia
Por lo tanto, del acápite anterior, las fórmulas mencionadas están direccionadas a los niños ricos. En el caso del francés Sartre para los niños europeos, mientras en los países como el Perú para la clase alta, pues aquellos nacen en la centralidad del mundo y por ello están destinados a ser amos y señores del mundo; algunos pueden romper su destino y rebelarse, terminando como defensores de los pobres. En otras palabras, los niños ricos con su existencia se incorporan al mundo con la mayor libertad, tienen muchas posibilidades como estudios en colegios privados y su futuro es visible, incluso no sufren el hambre ni la falta de educación.
Por el contrario, para los niños pobres de Latinoamérica, que son muchos, la esencia (el hambre y falta de educación) precede a la existencia; sin embargo, la esencia dependerá de la posición económica y social de los padres, lo cual influirá en su existencia. Asimismo, el niño pobre nace con el hambre que afecta a su órgano pensante y su educación es muy limitada por más que los docentes se esfuercen en prepararlo para su futuro. Por tanto, la mayoría de los niños están condenados a ser nadie, ya que su destino está decidido por su hambre y no será arquitecto de su destino. Nació pobre y morirá pobre. Su futuro está asegurado al fracaso. Su destino está limitado a la sobrevivencia.
En fin, el niño ya nace con un pasado constituido y, en su mayoría, todo ello determinará su futuro. La culpa es de los pueblos por haber apostado
El mundo es la tragedia de los niños pobres, tal se muestra en la película Los Olvidados (1950) de Luis Buñuel, donde Pedro está condenado al fracaso y no puede escapar de su mundo de miseria, por más que anhela salir del hoyo de la pobreza trabajando en una herrería. Él es internado en la granja escuela, donde se produce una escena que insinúa que la culpa es de todos: Pedro arroja el huevo a la cámara, manifestando indirectamente que todos somos culpables de la miseria; este personaje muere como nadie y es arrojado a la basura. Ahí está la condena que pesa sobre su existencia.
En fin, el niño ya nace con un pasado constituido y, en su mayoría, todo ello determinará su futuro. La culpa es de los pueblos por haber apostado por el progreso creyendo que navegamos a favor de la corriente. Por ello, la política de todos debe estar direccionada a luchar para evitar el hambre en los pueblos y buscar la educación de calidad. Esto debe ser nuestra utopía.