La crisis del covid-19 empeora rápidamente, ya que, mientras una parte del mundo comienza a dejar atrás lo peor de la pandemia, otras zonas comienzan a convertirse en peligrosos epicentros,
zonas compuestas en su mayoría por países con bajos niveles de desarrollo que no solo están sufriendo la crisis sanitaria, sino que además están comenzando a sufrir otra enorme crisis, que los organismos internacionales ya vienen anunciando hace semanas: La gran crisis alimentaria global.
La razón de esta crisis no es lo que podrían imaginarse ustedes estimados lectores; no es que falten alimentos, de hecho, todos los datos indican que este año está siendo un año de abundantes cosechas en general; la crisis alimentaria que se avecina es por todo lo contrario, sobran alimentos para un mercado agroalimentario con una débil demanda debido al aumento del desempleo, el proteccionismo de las economías avanzadas y el colapso de las cadenas de suministro.
El gran daño de la crisis del covid-19 a la disponibilidad mundial de alimentos tiene dos vertientes: una vertiente es la del productor, que implica el rompimiento de la oferta, los agricultores y los distribuidores principalmente de productos perecederos frutas y verduras están reduciendo la producción a medida que sus principales clientes han tenido que cesar sus operaciones, lo que está provocando producciones excedentes que arruinan a los productores al no poder tener los habituales compradores.
La otra vertiente es la del consumidor, los hogares pobres y desempleados se están quedando sin dinero, sobre todo en los países en vías de desarrollo en donde sus importadores también se están quedando sin dinero, ya que países como Argelia, Angola, Ecuador, Nigeria, Arabia o Venezuela dependen de los ingresos por exportaciones de petróleo para ayudar a pagar las importaciones y financiar los subsidios alimentarios para los más pobres; sin embargo por la contracción económica generada por el covid-19,
la demanda mundial de petróleo se ha desplomado y los precios del barril de crudo han caído estrepitosamente por primera vez en la historia, a esto hay que sumar la incertidumbre de posibles subidas del precio de los alimentos básicos como el trigo y el arroz, que los analistas asocian principalmente al acopio proteccionista de muchos de los principales países productores e importadores más ricos.
Y es que, entre marzo y abril, países exportadores de trigo como Rusia, Ucrania o kazakhstan impusieron cuotas y suspensiones a sus exportaciones; Vietnam y Pakistán detuvieron sus exportaciones de arroz, mientras que Turquía restringió la exportación de limón, Tailandia de huevos de gallina y Servia de semillas de girasol.
Mientras tanto, otros países acumularon alimentos con importaciones inusualmente aceleradas como Egipto, el mayor importador de trigo del mundo que compró grandes cantidades de trigo a Francia y Rusia para almacenar reservas de hasta ocho meses, un encadenamiento de suspensiones y sobreabastecimientos que retrotrajeron a muchos a la crisis del precio de los alimentos. Ciertamente estamos envueltos en una crisis que obligará a muchos países pobres a elegir entre proteger la salud o proteger los medios de vida.