Nietzsche, un filósofo que se volvió loco, negaba la dialéctica de Hegel y de Marx. Planteaba “Hay moral de señores y moral de esclavos”, donde la moral de los señores es la moral de la aristocracia; es decir, elige a los señores, a los amos, negando a los obreros o esclavos.
La moral de los amos es creadora y expresa la voluntad de poder (vida) que jamás debe detenerse porque es muerte segura, como diría Heidegger: “Toda vida que se limita únicamente a la mera conservación es una decadencia.”
La obra Más allá del bien y del mal, de Nietzsche, nos plantea que: “La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores: el resentimiento de aquellos seres a quienes les está vedada la auténtica reacción, la de la acción, y que se desquitan triunfalmente con una venganza imaginaria.
Mientras que toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo, la moral de los esclavos dice no, ya de antemano, a un “fuera”, a un “otro”, a un “no-yo”; y ese no es lo que constituye su acción creadora. Esta inversión de la mirada que establece valores -este necesario dirigirse hacia fuera en lugar de volverse hacia sí- forma parte precisamente del resentimiento: para surgir, la moral de los esclavos necesita siempre primero de un mundo opuesto y externo, necesita, hablando fisiológicamente, de estímulos exteriores para poder en absoluto actuar: su acción es, de raíz, reacción.”
Asimismo, en la obra La genealogía de la moral, nos manifiesta que: “Así están las cosas: el empequeñecimiento y la nivelación del hombre europeo encierran nuestro máximo peligro, ya que esta visión cansa.
Hoy no vemos nada que aspire a ser más grande, barruntamos que descendemos cada vez más bajo, más bajo, hacia algo más débil, más manso, más prudente, más mediocre, más indiferente, más chino, más cristiano -el hombre, no hay duda, se vuelve cada vez “mejor”; justo en esto reside la fatalidad de Europa-; al perder el miedo al hombre hemos perdido también el amor a él, el respeto a él, la esperanza en él, la voluntad de llegarnos a él. Actualmente la visión del hombre cansa; ¿qué es hoy el nihilismo si no es esto? Estamos cansados del hombre.”
Nietzsche es anticristiano, ya que cree que el cristianismo mata en el hombre sus instintos potentes, aquellos que lo pueden llevar más allá de sí mismo y transitar esa delgada línea entre el animal y el Superhombre.
En su obra Así habló Zaratustra afirma: “El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el Superhombre: una cuerda sobre un abismo”, lo cual reafirma cuando manifiesta “Yo amo a quienes no buscan tras las estrellas alguna razón para desaparecer o para inmolarse, sino que se ofrendan a la tierra para que algún día ésta sea del Superhombre”.
En fin, Nietzsche impulsó la filosofía de los señores poderosos, pues odiaba a los débiles y a los esclavos. Su amor a los hombres es dirigido a la aristocracia, tal como dice en Anticristo: “¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo. ¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad… Los débiles y los fracasados deben perecer; esta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer”.